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ESTUDIOS. filosofía-historia-letras
Invierno 1992-1993

El diccionario universal de Musil


En su primera novela, Las tribulaciones del joven Tórless (1906) Musil escribe que la gente adulta e inteligente se ha encerrado en una red dentro de la cual "una sostiene a la otra, de tal manera que el conjunto se ve muy natural, pero nadie sabe donde se encuentra la primera red que sostiene todo". Musil tiene veintiséis años y sobre sus espaldas una insoportable situación familiar (la convivencia del padre, la madre y su amante bajo el mismo techo), colegios y academias militares, el diploma en ingeniería mecánica del Politécnico de Brüm y la reciente asistencia al de Sttutgart, además los estudios filosóficos con Carl Stumpf -el maestro Husserl- en la Universidad de Berlín, el amor por una actriz, y luego por una muchacha del pueblo: las ambigüedades sentimentales han agudizado su sensibilidad y su nostalgia por la totalidad de la pasión.

Musil ha leído sobre todo a Nietzsche y a Mach, sobre quien escribirá su tesis de doctorado en 1908, además a los principales escritores alemanes y europeos, y desde hace un año trabaja en el cambiante y seductor proyecto de una novela -grandiosa, sutil y tal vez interminable- con la que ambiciona representar la realidad contemporánea en su disgregación infinita, que será El hombre sin atributos, libro de toda una vida, que quedará inconcluso al momento de su muerte en 1942. Su historia también estará reflejada en los interminables Diarios que acompañan toda su existencia.

Tórless, alumno de un colegio militar, pide en vano a su profesor de matemáticas que le explique la paradoja de los números imaginarios: El signo i que indica la raíz de -1, corresponde a un número inexistente (porque ningún número elevado al cuadrado da como resultado -1), pero gracias a este número, que no existe, se resuelven cálculos útiles para fines prácticos como si se atraversara un río pasando por un puente que no existe, escribirá Musil. La ciencia, se dice en Tórless construye edificios grandiosos y compactos, pero cuando se intenta tocar sus ladrillos, éstos se esfuman en el aire. "Es la ciencia, sobre todo la matemática, que desenmascara el nihilismo del saber moderno, descubriendo que el edificio entero -del pensamiento, pero también de la misma realidad- ha saltado por los aires."

Desde sus inicios Musil -que sabe fundir como ningún otro poeta alma y exactitud, extrema tensión y rigor analítico- retrae e indaga la vida contemporánea, que ya no tiene fundamento, un humus en el cual radicarse. "La vida no vive más en la totalidad en un todo orgánico y concluido escribe en los Diarios, citando a Nietzsche- ya no tiene un centro de valores; es un cerco que circunscribe un vacío, como el anillo que Clarisse se quita del dedo en El hombre sin atributos.

También la trama principal de la novela La acción paralela transcurre en torno a un vacío, está construida sobre la nada. La acción paralela es la búsqueda de una idea central que pueda ser destacada como fundamento de la civilización austríaca -a manera de símbolo de toda la civilización occidental- pero dicha idea no es encontrada. Mas la sucesión de hechos de la novela es también la historia de los intentos por encontrarla y de disimular su imposibilidad, la irónica parábola de un mundo -el nuestro- verbosamente ocupado en problemas inexistentes, enredado en acciones que se dicen paralelas, pero sin que se sepa a qué cosa éstas pertenecen.

El héroe musiliano, el hombre sin cualidades, es un conjunto de cualidades sin el hombre, sin un centro que las unifique. Su modelo es el austríaco porque éste, dice Musil, es un austro-húngaro sin lo húngaro, que no coincide con ninguna de las nacionalidades del imperio de los Augsburgo, pero es el vínculo que las une y distingue, y por lo tanto el resultado no de una identidad definida, sino de una sustracción que lo diferencia de cada uno y hasta de sí mismo.

La Austria de Musil, dirá él mismo, será un "experimento del mundo" que revela con la evidencia de un modelo de laboratorio la multiplicidad heterogénea y contradictoria de lo real, que no se deja reducir a una determinada unidad. Por ello Austria es inexpresable, privada de nombre y de esencia, de sustancialidad, como lo son el hombre sin cualidades, la misma realidad, y también el sujeto individual, privado de ordenar las cosas porque está resquebrajado en su unidad. "El yo pierde el sentido que ha tenido hasta ahora, de un soberano que ejecuta actos de gobierno" -escribe Musil.

El hombre sin atributos es el gran libro, sutil y preciso, que representa a la realidad que ya no existe corno un Todo ordenado, sino que, incontenible por el secular concepto de límite y de prohibición de lo ilimitado, se expande en todas direcciones como la propia novela que las contiene. La obra maestra de Musil es la enciclopedia, la summa total de una realidad que ya no puede ser abrazada por entero ni vivida épicamente en su espontáneo fluir, dado que ella consiste en la reflexión sobre sí misma y sobre la propia no representación. Si las grandes obras épicas dan la ilusión de la vida que se narra por sí misma, El hombre sin atributos es la epopeya de la reflexión, de la vida que indaga y retrae la propia imposibilidad de ser narrada en una historia.

La novela musilíana en subjuntivo niega el épico indicativo, aquello que es y sucede para dirigirse a las "intenciones de Dios aún no precisadas", al "sentido de la posibilidad" a las alternativas de la realidad, con el deseo de narrar aquello que podría ser y acontecer. La grandeza de Musil consiste en la extraordinaria poesía con que penetra en el mecanismo de la vida, aparentemente dominado por una lógica meramente probabilística; en su capacidad de hacer brillar el sentido de la vida mientras parece que sólo analiza desapasionadamente los procesos y funcionamiento impersonal del acontecer, su combinación química. La vida no se puede narrar porque ya no se puede colocar desde aquella distancia media y convencional que permitía encuadrarla en una perspectiva armoniosa, pero ella es iluminada por esta poesía que la penetra por todas partes y la mira desde todas las perspectivas, desde una distancia cero, como desde una lejanía sideral, llegando hasta el fluido meollo ardiente de la creación", al núcleo desde donde parte su expansión.

La perspectiva de Musil tiene trescientos sesenta grados y abarca la gama entera de lo real, como un diccionario universal que incluye todas las voces del mundo y toda inteligencia, desde el principio de razón suficiente al gran amor vagabundo, desde el capitalismo a la nieve, desde una media femenina que se deshilacha en una pierna, a las mejillas de Agathe que arden como rosas en la sombra. Musil sabe mirar al mundo con los ojos apagadamente melancólicos de su Leo Fischel, como con los amablemente estúpidos del conde Leinsdorf o los alucinados de Clarisse.

En el Secretariado General del alma y de la exactitud que Musil imagina, no existen por tanto sólo el vacío o el fragmento. En Viaje al paraíso, el capítulo de la novela que narra la unión extática de los dos amantes en un espacio absoluto entre el cielo y el mar, la belleza de Agathe es comparada a una curva que puede ser bella si se conoce el círculo que la trasciende y contiene, la totalidad de la cual ella es parte. "Si detrás de este infinito" de ciclo y mar no hay nada, si eso "es inexorablemente abierto", aquel infinito es una herida, una punzada dolorosa que consume también al amor.

Musil no desiste en la búsqueda del sentido y de la totalidad de "aquel pedazo, pequeñísimo tal vez, que cierra el círculo fragmentado", de aquella unidad inasible de la vida que huye al concepto. No se hace ilusiones de que la filosofía pueda encontrar el primer nudo porque Nietzsche le ha enseñado que la red del pensamiento sofoca a la existencia; él mismo escribe: Ios filósofos son violentos que no disponen de un ejército y por ello se adueñan del mundo encerrándolo en un sistema." Contra la rigidez dogmática, Musil quiere volver a encontrar aquel murmullo de la vida que no se deja narrar por frases bien ordenadas y con el punto final; aquella anárquica y desvinculada multiplicidad de átomos individuales del existir que reclaman una autonomía salvaje. Bajando a través de los "descosidos de los signos", bajo el bosquejo de las palabras, en la trastornada psiquis de Clarisse y de Moosbrugger, los dos casos extremos de lo humano y del dolor, Musil quiere hacer hablar a aquel fluir de lo profundo que la lógica discursiva aprisiona en la representación condenándolo al silencio, quiere dar voz a la alteridad radical, a la locura, a la división original, a todo aquello que la ratio ha reprimido y, dominado, ya que ella "mide, pesa, acumula, divide como un viejo banquero".

Esta aventura lo lleva casi más allá del hombre histórico tradicional, a las orillas del "mar al sexto día de la creación, cuando Dios y el mundo estaban solos, sin los hombres". La odisea de sus personajes "nihilistas y activistas" es rectilínea, sin fin y sin regreso a casa; Musil es el poeta del individuo que se transforma radicalmente, que se convierte en otro, que cambia su ser, como el superhombre imaginado por Nietzsche. El hombre sin atributos es la odisea de nuestro presente, el retrato de aquellas individualidades que reclaman una exasperada autonomía, y con ella el fin de toda jerarquía, pero también de toda relación con los demás y con su misma persona: "Todo nuestro ser no es más que un delirio de muchos" y Ia más profunda asociación del hombre con sus semejantes es la separación" -escribe Musil. Esta despiadada infinidad rectilínea no deja nada atrás. Musil ignora la procreación, y la descendencia, la continuidad y la repetición edípica. Mientras que el Ulises de Joyce es el poema épico circular, paterno y materno, que salva y hereda con fidelidad conservadora la continuidad de un orden, la obra de Musil describe el desmoronamiento de ese orden milenario.

Si Aghate no es una curva, sino más bien el fragmento de una curvatura indecisa en el infinito, el amor no se rinde en esta fragmentación pero busca y persigue el sentido oculto en el infinito, la gran unidad de la vida. Musil no la encuentra, pero no cesa de expresar nostalgia de ella, y ésta es su poesía. La ironía agudiza el encanto, la cortedad de miras enseña a sonreir de la propia estupidez, reconociéndola como destino general de la época. La poesía, diría Nietzsche, es el don de continuar soñando sabiendo que se esta soñando.


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